Todo país crea sus propias reglas ad hoc. Algunas de ellas, nos viene a decir Luis Rubio, se convierten en normas ampliamente aceptadas, las cuales, con máxima legitimidad, aspiran a la permanencia. Pues bien, no hay mayor riesgo para la sociedad organizada que la pretensión, por parte de un gobernante encumbrado, de echar para atrás el andamiaje de esas normas, con la pretensión de imponer las suyas, o al menos de abrir(se) un margen grande de interpretación y discrecionalidad. Esto, en tiempos del retorno al modelo del Jefe máximo, no es mera teoría: es lo que está pasando con las leyes electorales de nuestro país. Y también con las fuentes de certidumbre económica. ¿En dónde nos colocaremos si proseguimos en esta cauda destructora? Como siempre, Luis nos propone un marco de reflexión provocador.
“Carl Schmitt, un entusiasta promotor del régimen nazi, definió la soberanía como ‘el poder de decidir sobre las excepciones’. No es casualidad que detestara la existencia de leyes y el debido proceso porque éstos limitaban los poderes gubernamentales."
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